EL ASALTO AL JUNCO
La tow-meng hallábase anclada en el mismo punto en que la habĂan dejado, en medio del rĂo, con las velas casi abatidas, por no considerar prudente el receloso Tseng-Kai hacerlas arriar, para estar en disposiciĂłn de huir al menor indicio de una agresiĂłn. Aunque a doscientos pasos de distancia, Hong y su compañera pudieron distinguir varios hombres en el castillo de proa, que sin duda esperaban el regreso de la chalupa.
El chino iba a gritar para que enviasen la canoa a recogerlos, cuando creyĂł oĂr por la parte de la selva a no mucha distancia de allĂ, rumor de ramas rotas y roce de hojas. Contuvo el grito que iba a lanzar, arrebatĂł el fusil de manos de la joven, y apuntĂł hacia los árboles.
—¿Los piratas?
—Me lo temo. Than-Kiu.
—Afortunadamente, estamos cerca del junco.
—Pero si gritamos, antes de que llegue Tseng-Kai nos apresarán los piratas.
—¿Qué hacer?
—Atravesar el rĂo a nado, y llegar a la tow-meng sin que lo adviertan los piratas. ÂżTienes miedo del agua?
—No.
—Pues agárrate a mi cuello, y yo me encargo de ponerte en salvo.