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CAPĂŤTULO XIV

LA ASTUCIA DE THAN-KIU

El parao continuaba remontando las aguas del gran río. Había pasado sin detenerse ante Tavirán, pequeña aldea a orillas del Talaján en la confluencia del Sur, y proseguía su rápida carrera para llegar al Bacat y de allí salir al vasto lago de Butuán. Las regiones por donde atravesaban eran salvajes; la parte occidental de Mindanao no tiene pequeños poblados sino en las costas, y lo más hasta la boca de los grandes ríos; pero, a veinte o treinta millas del mar, la naturaleza selvática domina y sólo se hallan selvas inmensas, casi vírgenes, pobladas sólo por monos, panteras negras, cienos, gatos de algalia y osos malayos.

De trecho en trecho, a grandes distancias, pero próximos a los montes, hay indígenas que viven como fieras y que no quieren trato alguno con los habitantes de la costa, que son de origen tulisán-malayo. Pandaras se apresuraba a atravesar aquella región, sabiendo que tenía mucho que temer de los habitantes de los bosques. No concedía reposo alguno a sus hombres durante la jornada, y trataba de que no descansaran un instante los remos; aquellos remeros parecían de hierro, y su duro y fatigoso ejercicio un simple juego. Por la noche anclaba el parao en medio del río, y hacía velar por turno a varios piratas armados de fusiles.

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