UNA NOCHE TERRIBLE
Las fanfarronadas de Pandara —tal, a lo menos, las creĂan los asaltados— no tuvieron consecuencias durante la segunda jornada, en la cual ni volvieron a aparecer los piratas, como si, descorazonados por aquellas dos infructuosas tentativas, hubieran abandonado por completo la peligrosa empresa que les habĂa costado doce hombres. Pram-Li, subido a hombros de Hong para abarcar mayor horizonte, no pudo descubrir señales de piratas por ningĂşn lado.
Tranquilizados por la ausencia de los bandidos, al llegar la noche se arreglaron para dormir a pierna suelta hasta que les llegara su turno de vela, exigido por el temor a los cocodrilos, y tomaron las precauciones de la vĂspera, encendiendo hogueras en las orillas del islote. El valiente malayo, a quien le tocĂł el primer cuarto, habĂa recorrido ya dos o tres veces la circunferencia de la isla y aguardaba la hora en que lo relevase Sheu-Kin. HacĂa dos horas que velaba, luchando con el sueño que le invadĂa a pesar suyo, cuando observĂł con gran sorpresa que se apagaban todos los fuegos de la orilla y se oĂa un silbido sospechoso. Sorprendido y alarmado por tan inexplicable suceso, mirĂł con cuidado por todas partes, pero nada vio.
—¿Quién ha hecho eso? No pueden haberse apagado sin una causa… ¿Habrán sido los cocodrilos?… Pero ¡si no es posible! Veamos, sin embargo…