UNA DEGOLLINA EN MEDIO DE LA SELVA
La extraña balsa ideada por el emprendedor chino marchaba bien, pero sufrĂa peligrosas ondulaciones, a causa de su excesiva ligereza, al solo choque de la corriente o al menor movimiento de los pasajeros; el encuentro con un banco de arena o con un cocodrilo serĂa suficiente para romperla; tan frágil era. No obstante, todos tenĂan confianza en atravesar felizmente la laguna.
Agrupados en el centro, con los fusiles preparados para defenderse de los saurios, estudiaban el modo de mantener una inmovilidad casi absoluta, porque las cañas, aun auxiliadas por las vejigas, les obligaban a tener constantemente los pies bajo el agua. La corriente era ya lenta; se hallaban a unos tres kilĂłmetros del islote, cuyas cañas se distinguĂan apenas, y las estrellas comenzaban a palidecer, tiñéndose de arrebol el cielo.
—Quizá el mayor peligro ha pasado ya —dijo Hong—. Ha sido una gran suerte que los cocodrilos no se hayan atrevido a atacarnos.
—Habrán tenido miedo; como los escarmentamos antes… —opinó Pram-Li.
—No hubiera dado una partĂcula de opio por mi piel, a pesar de apreciarla tanto, si nos atacan. Vale más que nos hayan dejado tranquilos.