LA PERSECUCIÓN DE LOS GUERREROS DEL BAGANI
Dos horas después reanudaban la marcha sin haber aumentado las provisiones, pues no lograron cazar ninguna tortuga.
La selva continuaba extendiéndose hasta la orilla del Bacat, a trechos tan espesa, que los chinos, el malayo y el igorrote tenÃan que abrirse camino a sablazos. De vez en cuando el suelo era pantanoso, y entonces tenÃan que ir rompiendo enormes cañas para seguir adelante. En medio de aquellas breñas no era raro hallar alguna que otra de esas flores enormes que miden abiertas tres metros de circunferencia por cerca de uno de diámetro, y que suelen contener hasta diez litros de agua. Son aromáticas y hermosas a la vista, con sus tintes rojos brillantes y sus ribetes blancos al extremo de las hojas.
A las cinco, cuando el sol comenzaba a apuntar y los pájaros y monos a despertarse, Tiguma, que marchaba el primero, se detuvo bruscamente, y echándose al suelo, apoyó una oreja en tierra y escuchó con la mayor atención.
—¿Has oÃdo algún rumor sospechoso? —le preguntó Pram-Li preparando la carabina.
—Sà —repuso el salvaje, que parecÃa bastante alarmado.
—¿Qué ha sido?
—He oÃdo que hollaban ramas.