LA LIBERACIĂ“N DE TIGUMA
Agazapáronse los tres en unas malezas y permanecieron inmĂłviles. A poca distancia oyeron movimiento de ramas, como si alguien se abriera paso por entre los matorrales. PodĂa ser cualquier animal que huĂa del campamento, o algĂşn centinela explorador. Hong y sus compañeros escuchaban, con la ansiedad que puede imaginarse, conteniendo la respiraciĂłn, pues temĂan ser descubiertos, cuando ya se consideraban a punto de salvar a Tiguma.
Pasaron algunos minutos en angustiosa expectativa, y a la incierta luz que proyectaban las hogueras encendidas en la cumbre vieron aparecer una sombra humana. DebĂa de pertenecer a uno de los cazadores de cabezas, pues no era probable que en aquel paraje hubiera habitantes. El hombre permaneciĂł unos minutos inmĂłvil, escuchando y mirando atentamente; luego, volviĂ©ndose a alguien que le seguĂa, dijo en un idioma que de los tres escondidos sĂłlo Vindhit podĂa comprender:
—¿Es por este lado por donde oĂste el ruido?
—SĂ.
—No veo ni oigo nada.
—Sin embargo, no creo haberme engañado.
—Habrá sido algún animal.
—JurarĂa tambiĂ©n haber visto sombras humanas flanquear el barranco.
—¿Y sospechas que sean los hombres amarillos que atravesaron el Bacat?