EL NAUFRAGIO DE LA CAĂ‘ONERA
—¿Es verdad, pues?
—No se habla de otra cosa en Binondo.
—¿Y las autoridades españolas?
—Confirman la noticia.
—¿Todos perdidos?
—¡Quién sabe!
—¿Pero Romero… el comandante… la Perla?… —Se ignora si perecieron o se salvaron.
—Habla bajo.
—¿Está despierto la pobre Than-Kiu?…
—Pocos minutos ha, no se habĂa dormido todavĂa.
¿Qué dirá cuando sepa la terrible noticia?
—No hace falta comunicársela, Pram-Li; podrĂa morir; está aĂşn dĂ©bil por la pĂ©rdida de sangre. ¡QuĂ© golpe!… ¡Hang-Tu y Romero a la vez!… valiera haber muerto con su hermano.
—¿Eh?… ¡Quién sabe! El amor más ardiente se trueca a veces en odio implacable… ¿Acaso el mar no la ha vengado de la felicidad de la mujer blanca?
—Than-Kiu no sabe odiar, y además… amaba demasiado a Romero, y creo que, mientras conserve un átomo de vida, acariciará el hermoso sueño de su alma juvenil.
—¿Habla siempre de Romero?