Leer online Los Tigres de Mompracem

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XIX. Contra los chaquetas rojas

La partida estaba irremisiblemente perdida y amenazaba convertirse en peligrosa para el pirata y su amigo.

Dadas la oscuridad y la distancia, no era de presumir que el centinela distinguiera bien al pirata, que se escondió rápidamente detrás de un montón de malezas; pero podía llamar a sus compañeros. Sandokán permaneció inmóvil.

El centinela, al no recibir respuesta, dio algunos pasos hacia la maleza. Después, creyendo que se había engañado, volvió hacia la casa y se puso de guardia ante la puerta de entrada.

Aun cuando deseaba realizar su temeraria empresa, Sandokán retrocedió con mucha cautela, yendo de un tronco a otro, deslizándose por detrás de los arbustos, sin apartar la vista del soldado, que seguía fusil en mano. Apresuró el paso y entró al invernadero, donde el portugués lo esperaba lleno de inquietud.

—¿Qué has visto? —preguntó Yáñez—. ¡Temblaba por ti!

—No vi nada bueno para nosotros —contestó Sandokán con sorda cólera—. La quinta está guardada por centinelas y una cantidad de soldados recorren el parque. Esta noche no podremos intentar nada.

—¿Quieres que aprovechemos este reposo para dormir algunos minutos? —propuso Yáñez—. Un poco de descanso nos vendrá bien.

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