Todo el mundo estaba en la cubierta, incluso Damna y sir Moreland.
Las olas, que semejaban montañas, se volcaban encima del crucero, lanzando mugidos ensordecedores, oponiéndose a su marcha y amenazando con llevarle muy lejos de la ruta que seguía.
-Es una borrasca terrible -dijo sir Moreland a Damna, que se resguardaba entre la torre de popa y la amura del coffedarm -. Su barco tiene que luchar mucho para poder mantenerse.
-¿Qué? ¿Hay peligro de ir a pique? -preguntó la joven, sin que en su voz pudiera advertirse el menor indicio de miedo.
-Por ahora no, señorita. El Rey del Mar es un barco a prueba de escollos, y no puede deshacerlo ninguna ola.
-Sin embargo, ¡qué gigantescas son!
-Enormes, señorita. Precisamente en estos parajes alcanzan una altura espantosa. Retírese usted, éste no es su sitio, señorita. Aquí se corre inminente peligro.
-Sí los demás lo afrontan, ¿por qué he de huir yo?
-Son hombres de mar. Retírese usted, señorita, por que ahora el crucero se dispone a virar de bordo, las olas van a barrer la popa, y alguna podría llegar hasta la torre.