Sandokan el Rey del Mar

-¡Me causa tanta pena no poder admirar este huracán en el apogeo de su terrible cólera! ¡Ah! ¡Qué espectáculo! ¡Mire usted, sir Moreland, mire usted qué olas! ¡Parece que van a envolvernos y a arrastrarnos! ¡Espere usted un minuto más!

-¡Cuidado, señorita! ¡Las olas asaltan la popa! ¿Lo ve usted?

El Rey del Mar, que luchaba por alejarse mar adentro, se encontraba con frecuencia con la hélice fuera del agua, y parecía una minúscula cáscara de nuez, Saltaba sobre aquellas montañas líquidas dando tales bandazos, que hacían temer que perdiese estabilidad en el momento menos pensado; otras veces caía en el abismo, en el cual parecía que se hundía para siempre.

Los golpes de mar se sucedían sin tregua y barrían la toldilla, con grave peligro para los marineros, a quienes arrojaban contra la obra muerta, y algunas veces, incluso los arrastraba.

Yáñez y Sandokán miraban Impasibles aquellos furores de la naturaleza. Aferrados al pasamanos del puente, tranquilos, inmutables, daban las órdenes con voz tan tranquila como de ordinario.

Tenían absoluta confianza en su barco, y no dudaban que habían de salir Incólumes de la tormenta.

Por otra parte, habían adoptado todas las precauciones posibles para poder afrontarla ventajosamente.

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