Sandokan el Rey del Mar

-Así, pues, ¿no sabemos cuándo podré volver a ver a mi padre?

-En estos parajes, los huracanes son muy violentos, pero, en cambio, no duran mucho tiempo -dijo Yáñez -. Sin embargo, los hay tan furiosos, tan enormes, que muchas veces, ni los mismos barcos de vapor pueden resistirlos. Después de todo, aquí no se está muy mal, noches peores he pasado. ¡Lo peor es que mis cigarros se han puesto inservibles! ¡Bah, ya me resarciré de este ayuno!

-Señor Yáñez -dijo el angloindio -, ¿nos habrán visto arribar los isleños?

-Es probable.

-¿No ha pensado usted que pueden venir a hacernos prisioneros para vengarse de nosotros, por el carbón que les han cogido?

-¡Por Júpiter! -exclamó el portugués -. ¡Hace usted que me preocupe, sir Moreland! También podría usted llamarlos, en calidad de súbdito inglés, y ordenar que me detuviesen. Estaría usted en su derecho, siendo, como es, enemigo nuestro.

El angloindio le miró sin responder, y por último dijo, secamente:

-Yo no haré eso, señor Yáñez. Por hoy debo estarle reconocido, lo que me pesa bastante, pero no por ello he de olvidarlo.

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