Sandokan el Rey del Mar

Se escuchó un rumor de voces muy cerca de la puerta, un momento después, las traviesas que la sujetaban cayeron al suelo, y un torrente de luz inundó el almacén.

En el umbral apareció el gobernador, junto con un hombre todavía joven, de larga barba rubia y ojos azules, que vestía el uniforme de teniente de la marina.

Detrás de ellos iba un pelotón de marineros armados con la bayoneta calada y rodeados por muchos isleños.

-¡Aquí están los piratas! -gritó el viejo, señalando a los prisioneros -. ¡Merecen diez brazas de cuerda bien enjabonada! ¡Préndalos usted!

El teniente, asombrado, en lugar de ordenar a los marineros que avanzasen, se precipitó hacía sir Moreland con los brazos abiertos y gritando:

-¡Comandante! ¿Es posible? ¡Usted todavía vivo! ¡Yo estoy soñando!

-¡No, mi querido Leyland! -exclamó sir Moreland -. ¡Soy yo misma, en carne y hueso! ¡Abráceme usted, amigo mío!

Mientras, el teniente y el capitán se precipitaban uno en brazos del otro, el gobernador, completamente aturdido por aquel inesperado golpe teatral, se rascaba furiosamente la cabeza repitiendo:

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