Sandokan el Rey del Mar

-¡Tiene usted razón! - dijo sir Moreland, sonriendo -. ¡Son mis prisioneros!

Se volvió hacia Tremal-Naik y Damna, y les dijo con extremada cortesía:

-Dispénsenme ustedes que me ausente por algunos minutos.

«¡Vaya! - pensó Yáñez -. ¡No les trata como a prisioneros, sino como a huéspedes! ¿Qué es lo que significa esto? ¡Aquí hay gato encerrado!»

Siguió la dirección de la mirada del capitán, y vio que la fijaba insistentemente en la muchacha, la cual bajó los ojos ruborosamente.

«¡Ah! ¡Demonio! - pensó el portugués, arrugando el entrecejo -. Parece que se entiende la sangre angloindia. ¡Tendría que ver!»

El capitán abrió una puerta lateral, e introdujo a Yáñez en un gabinete muy elegante y amueblado al estilo de la India, con ricos tapices, muebles ligeros, pequeños divanes de telas orientales con hilos de oro, y grandes vasos de bronce con relieves colocados en los ángulos.

Una lámpara en forma de globo, un poco opaca y de color azulado, esparcía una luz ligeramente velada sobre los tapices, haciendo brillar sus recamados argentinos.

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