Sandokan el Rey del Mar

-Y todavía debo añadir algo más: mandaré torcer ex profeso una buena cuerda para ahorcarle sin contemplaciones si, por casualidad, le asaltara el deseo de intentar algo en contra nuestra. ¿Me ha comprendido usted, señor demonio de la guerra?

-Perfectamente -respondió el americano.

-¿Acepta usted en estas condiciones?

-Acepto, comandante.

-Pero no diga a nadie que es usted pariente de Belcebú: nuestros hombres son gente resuelta y animosa; pero podrían asustarse si supieran que he embarcado al demonio de la guerra. ¡Doctor, mande usted a buscar su equipaje!

Mientras se sucedía esta extraña conversación, los pasajeros habían abandonado el steamer, agolpándose atropelladamente en las chalupas, en las cuales se habían embarcado víveres suficientes para poder llegar a las costas de Borneo sin correr el peligro de tener que soportar el hambre y la sed.

Sin embargo, no se habían alejado mucho, esperando a su capitán; pero éste seguía negándose obstinadamente en salir del barco, a pesar de los ruegos de su oficiales y de las intimidaciones de Yáñez y de sus hombres.

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