Sandokan el Rey del Mar

-Se habrá ido mar adentro, a no ser que durante mi ausencia haya ocurrido alguna novedad - dijo Yáñez a Tremal-Naik, que le interrogaba -. Hemos sabido por un prao que venía a Labuán, que una escuadrilla de cruceros había salido del puerto de Victoria con la intención de darnos caza.

-¿La habrá encontrado Sandokán?

-Hubiéramos oído los cañonazos. Además, Sandokán no es hombre que se deje sorprender, sobre todo con el barco que ahora posee. ¡Allá veo espumear algo!

¡Es nuestro buque, no hay duda! ¡Señor Horward, cargue usted las válvulas!

La barcaza, que funcionaba estupendamente, avanzaba con gran rapidez sobre el oscuro mar, dejando a popa una estela que a veces era luminosa por efecto de un principio de fosforescencia.

De pronto una enorme mole que se deslizaba sobre el agua con un sordo fragor, apareció ante la chalupa de vapor cortándole el camino, y una voz formidable gritó:

-¡Apuntad el cañón de proa!

-¡Alto! -ordenó Yáñez con rapidez-, ¡Eh, Sandokán, echa la escala! ¡Son los tigres de Mompracem que vuelven!

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