Sandokan el Rey del Mar

-Pues pienso comenzar las hostilidades dando la bar talla a ese barco que se halla anclado en la boca del Redjang. ¡Ya que hemos declarado la guerra, demostremos que la hacemos de veras!

-¿Quiere usted echarle a pique? -preguntó Damna, en un tono que sobresaltó a Yáñez.

-Le destruiré, Damna -repuso Sandokán fríamente.

El portugués, que la miraba con gran atención, vio que palidecía y que un tenue suspiro se escapaba de su pecho; pero esto fue todo, porque la joven no opuso la menor objeción a la terrible sentencia de muerte que el formidable pirata había dictado contra el barco de sir Moreland.

Se levantaron todos para subir a cubierta. Surama cogió de una mano a Damna y le dijo:

-Dejemos a los hombres que hagan lo que tengan que hacer. Vente conmigo a mi camarote. He mandado que te dispusieran una camita muy linda, porque estaba segura de que muy pronto volvería a verte.

La hija de Tremal-Naik contestó sólo con una sonrisa, y la siguió al interior de la cámara.

Cuando Sandokán, Tremal-Naik y Yáñez pisaron la cubierta, ya todos los tripulantes se hallaban en sus puestos de combate, pues Sambigliong habla advertido a los tigres de Mompracem que el crucero se disponía a acometer a un gran barco enemigo.

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