Ivanhoe

—Has hablado con prudencia —dijo Isaac, considerando muy acertados estos poderosos argumentos—. Ofenderíamos al cielo si divulgáramos, aunque fuera por negligencia, los secretos de Miriam; porque los bienes de que Dios nos hace partícipes no han de ser menospreciados divulgándolos entre los demás…, sean éstos talentos de oro o cequíes de plata, o los secretos misterios de un médico sabio. Con razón deben ser preservados de aquéllos a los cuales la providencia no quiso favorecer. Y en cuanto a quien los nazarenos ingleses nombran Corazón de León, mejor sería caer en las garras de un verdadero león de Idumea que en las suyas, si algún día se entera de mis tratos con su hermano. Por lo tanto, atenderé a tu consejo y este joven viajará a York con nosotros y nuestra casa será su hogar hasta que sus heridas cicatricen. Y si el que tiene el corazón de león vuelve a su tierra, como se viene murmurando, este Wilfred de Ivanhoe será para mí como un muro de defensa cuando se desate contra tu padre el furor real. Y dado el caso que no regresara, dicho Wilfred bien podrá resarcirnos al ganar riquezas con la fuerza de su brazo y de su espada, como ya lo hizo ayer y hoy. Porque el joven es un buen mancebo y sabe mantener sus compromisos y devuelve lo que prestado pide y socorre al israelita, incluso al hijo de la casa de mi padre cuando es perseguido por ladrones poderosos y por los hijos de Belial.

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