Ivanhoe

Hasta la caída de la noche, Ivanhoe no recobró el conocimiento. Despertó con aquella confusión de ideas que sigue a la debilidad. Por algún tiempo no pudo recordar las circunstancias que habían precedido a su desmayo en la liza. Ni tampoco pudo escalonar los acontecimientos en que había tomado parte el día anterior. Recordaba corceles atropellándose, derribando y derribados a su vez, gritos y chocar de armas y todo el tumulto de la confusa pelea. A duras penas consiguió apartar ligeramente las cortinas que adornaban su lecho, pues le costaba mucho sobreponerse al dolor de su herida.

Con gran sorpresa, se vio en un cuarto amueblado con magnificencia, donde en vez de sillas había cojines. Y al observar algún que otro detalle de gusto oriental, empezó a dudar si durante su desmayo no habría sido llevado de nuevo a tierras de Palestina. Esta impresión se le acentuó cuando, al apartarse suavemente la tapicería, una forma femenina vestida con una rica túnica que más participaba de la moda oriental que de la europea, se deslizó desde la puerta que escondía el tapiz, seguida por un criado de morena tez.




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