Robin Hood

Capítulo II

Han transcurrido quince años desde aquel acontecimiento; la calma y la felicidad no han dejado de reinar bajo el techo del guardabosque, y el huérfano cree todavía ser el amado hijo de Margarita y de Gilbert Head.

Una bella mañana de junio, un hombre de avanzada edad, vestido como un campesino acomodado y montado en un vigoroso pony, recorría el camino que conduce por el bosque de Sherwood, al bonito pueblo de Mansfeldwoohaus.

El cielo estaba limpio.

La cara de nuestro viajero se alegraba bajo la influencia de tan bello día; su pecho se dilataba, respiraba a pleno pulmón, y con voz fuerte y sonora lanzaba al aire el estribillo de un viejo himno sajón, un himno a la muerte de los tiranos.

De pronto una flecha pasó silbando junto a su oreja y fue a incrustarse en la rama de un roble al borde del camino.

El campesino, más sorprendido que asustado, se echó abajo de su caballo, se escondió tras un árbol, blandió su arco y se dispuso a defenderse.

Pero por más que oteó el sendero en toda su longitud, por más que escrutó con la mirada los montículos de alrededor y aplicó el oído a los menores ruidos del bosque, nada vio, ni oyó nada, y no supo qué pensar de aquel ataque imprevisto.

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