Robin Hood

—Veamos —dijo—, puesto que la paciencia no conduce a nada, probemos con la astucia.

Y calculando según la dirección de la trayectoria de la flecha el lugar donde podía estar apostado su enemigo, disparó un dardo hacia aquel lado con la esperanza de asustar al malhechor o de provocarlo para que se moviera. La flecha hendió el espacio, fue a clavarse en la corteza de un árbol, y nadie respondió a aquella provocación. ¿Lo conseguiría quizá un segundo dardo? Aquel segundo dardo partió, pero fue detenido en pleno vuelo. Una flecha lanzada por un arco invisible fue a interceptar su camino, casi en ángulo recto, por encima del sendero, y lo hizo caer al suelo haciendo piruetas. El golpe había sido tan rápido, tan inesperado, anunciaba tanta destreza y tan gran habilidad de mano y de ojo, que el campesino, maravillado y olvidando tanto peligro, saltó de su escondite.

—¡Qué tiro! ¡Qué tiro tan maravilloso! —gritó mientras brincaba por el lindero de la espesura tratando de descubrir al misterioso arquero.

Una risa alegre respondió a aquellas exclamaciones, y no lejos de allí una voz argentina y suave como la de una mujer cantó:

«Hay gamos en el bosque,

hay flores en la linde de los grandes bosques…»

eXTReMe Tracker