Robin Hood

—Encerrémosle en este cuarto —dijo Hal.

Lord Fitz-Alwine lanzó al joven una mirada llena de odio.

—Eso es —aceptó Robín.

—¿Y los gritos que lanzará una vez solo? ¿Y el ruido que hará? ¿Habéis pensado en eso?

—Entonces —dijo Robín—, atadle a un sillón con la tira de piel de ciervo que rodea vuestra cintura, y amordazadle.

Pequeño Juan se apoderó del barón, que no se atrevió a defenderse, y le ató fuertemente al respaldo del sillón.

Tomada esta precaución, los tres jóvenes llegaron a toda prisa al patio del puente levadizo, y el vigilante, que era amigo de Hal, les dejó pasar con toda facilidad.



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