Robin Hood

Capítulo XXI

Transcurrieron cinco años.

El grupo de Robín Hood, confortablemente establecido en el bosque, vivía seguro, aunque su existencia fuese conocida por sus enemigos naturales, los normandos.

Primeramente se habían alimentado de la caza, pero ésta, a la larga, habría podido llegar a ser insuficiente, lo que había obligado a Robín a proveer de otra forma las necesidades de su tropa.

Tras haber hecho vigilar los caminos que, en todos los sentidos, atraviesan el bosque de Sherwood, había creado un impuesto sobre el paso de viajeros. Este impuesto, a veces exorbitante si el sorprendido era un gran señor, se reducía a muy poco en el caso contrario. Además, estas diarias extorsiones no tenían en absoluto apariencia de robo; eran hechas con tan buena gracia como cortesía.

He aquí de qué forma detenían a los viajeros los hombres de Robín Hood:

—Señor forastero —decían quitándose con cortesía el gorro que cubría su cabeza—, nuestro valeroso jefe, Robín Hood, espera a Vuestra Señoría para empezar su comida.

Esta invitación, que no podía ser rechazada, era acogida con reconocimiento.

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