El Rey Lear

ESCENA III

Campamento bretón, en las cercanías de Douvres

Entran EDMUNDO, triunfante, con banderas y tambores; LEAR y CORDELIA, prisioneros; soldados y un capitán.

EDMUNDO.—Guardadles con cuidado hasta el momento en que los que han de decidir su destino manifiesten su resolución.

CORDELIA.—No somos los primeros que, obedeciendo a las intenciones más honradas y queriendo obrar bien, han caído en las mayores desventuras. ¡Otro rey perseguido por el infortunio! Vuestra suerte es lo único que me aflige. Sin vos, fácilmente desafiaría todos los furores de la pérfida fortuna. ¿No veremos, vos a vuestras hijas, ni yo a mis hermanas?

LEAR.—¡No, no, no! Vamos a la prisión y allí los dos cantaremos como pájaros cautivos en la jaula. Cuando me pidas mi bendición, yo te pediré perdón, de rodillas; así viviremos juntos, orando al cielo y cantando: alegraremos nuestras horas contándonos antiguas historias y retozaremos como doradas mariposas. Oiremos las conversaciones de los pobres artesanos sobre las noticias de la corte y charlaremos de política con ellos, sobre quién gana o quién pierde, quién alcanza el favor o quién cae en desgracia. Encerrados en los muros de nuestra prisión, veremos pasar y echarse uno a otro los sistemas y las sectas de los grandes filósofos, como las olas agitadas bajo la influencia de la luna.

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