Espacio entre los dos campamentos.
Alarma, en bastidores. LEAR, CORDELIA y soldados entran y salen, con tambores y banderas. Entran EDGARDO y EL CONDE de GLOUCESTER.
EDGARDO.—Reposad aquí, amigo mío, a la sombra de ese árbol; rogad al cielo que salga victorioso el más justo. Si vuelvo a vuestro lado, traeré noticias consoladoras.
EL CONDE DE GLOUCESTER.—Bendígaos el cielo, señor.
Sale EDGARDO. Alarma. Oyese el toque de retirada. Vuelve EDGARDO.
EDGARDO.—Huíd, anciano; dadme la mano y alejémonos; el rey Lear ha perdido la batalla; él y su hija han caído prisioneros; dadme la mano y huyamos.
EL CONDE DE GLOUCESTER.—No nos alejemos mucho, señor; tanto podemos morir allí, como aquí.
EDGARDO.—¡Cómo! ¿Siempre las mismas ideas siniestras? El tiempo es el supremo árbitro. Avancemos.
EL CONDE DE GLOUCESTER.—Sí, tienes razón; vayamos. (Salen.)