Hamlet

CLAUDIO.— ¿En dónde está mi guardia?… Acudid… Defended las puertas… ¿Qué es esto?

CABALLERO.— Huid, señor. El océano, sobrepujando sus términos, no traga las llanuras con ímpetu más espantoso que el que manifiesta el joven Laertes, ciego de furor, venciendo la resistencia que le oponen vuestros soldados. El vulgo le apellida Señor, y como si ahora comenzase a existir el mundo, la antigüedad y la costumbre (apoyo y seguridad de todo buen gobierno) se olvidan y se desconocen. Gritan por todas partes: Nosotros elegimos por rey a Laertes. Los sombreros arrojados al aire, las manos y las lenguas le aplauden, llegando a las nubes la voz general que repite: Laertes será nuestro rey. ¡Viva Laertes!

GERTRUDIS.— ¡Con qué alegría sigue ladrando esa traílla pérfida el rastro mal seguro en que va a perderse!

CLAUDIO.— Ya han roto las puertas.

Escena XVI

Laertes, Claudio, Gertrudis, soldados y pueblo.

LAERTES.— ¿En dónde está el rey? [Volviéndose hacia la puerta por donde ha salido, detiene a los conjurados que le acompañan y hace que se retiren] Vosotros, quedaos todos afuera.

VOCES.— No, entremos.

LAERTES.— Yo os pido que me dejéis.

VOCES.— Bien, bien está.

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