Hamlet, y después Horacio y Marcelo.
HAMLET.— ¡Oh! ¡Vosotros ejércitos celestiales! ¡Oh! ¡Tierra!… ¿Y quién más? ¿Invocaré al infierno también? ¡Eh! No… Detente, corazón mÃo, detente, y vos, mis nervios, no asà os debilitéis en un momento; sostenedme robustos… ¡Acordarme de ti! SÃ, alma infeliz, mientras haya memoria en este agitado mundo. ¡Acordarme de ti! SÃ, yo me acordaré, y yo borraré de mi fantasÃa todos los recuerdos frÃvolos, las sentencias de los libros, las ideas e impresiones de lo pasado que la juventud y la observación estamparon en ella. Tu precepto solo, sin mezcla de otra cosa menos digna, vivirá escrito en el volumen de mi entendimiento. SÃ, por los cielos te lo juro… ¡Oh, mujer, la más delincuente! ¡Oh! ¡Malvado! ¡Halagüeño y execrable malvado! [Saca un libro de memorias y escribe en él]. Conviene que yo apunte en este libro… sÃ… que un hombre puede halagar y sonreÃrse y ser un malvado; a lo menos, estoy seguro de que en Dinamarca hay un hombre asÃ, y este es mi tÃo… SÃ, tú eres… ¡Ah! Pero la expresión que debo conservar, es esta. Adiós, adiós, acuérdate de mÃ. Yo he jurado acordarme.
Gritando desde adentro.
HORACIO.— Señor, señor.
MARCELO.— Hamlet.