La fierecilla domada

ESCENA I

Gran sala a la entrada de la casa de campo de Petruchio.

(Entra GRUMIO todo cubierto de barro.)

GRUMIO:

¡Mal haya! ¡Mal haya de todos los jamelgos derrengados, de todos los amos locos y de todos los malos caminos! ¿Ha habido jamás hombre más zarandeado, más enlodado y más molido que yo? Me ha echado por delante para que encienda el fuego y llegan tras de mi para calentarse. De no ser yo uno de esos pucheritos que al punto están hirviendo, mis labios helados se pegarían a mis dientes, mi lengua a mi paladar y mi corazón a mis tripas antes de que tuviese fuego para deshelarme. Pero me calentaré con sólo soplar lo que arda; un hombre mayor que yo, con este tiempo, no habría quien le librase de un resfriado. ¡A ver! ¡Hola! ¡Curtis! (Entra Curtis.)

CURTIS:

¿Quién llama con voz que tinta?

GRUMIO:

Un pedazo de hielo. Si lo dudas, ensaya y verás que puedes patinar de mis hombros a mis talones sin otro impulso que el que tomes de mi cabeza a mi cuello. ¡Lumbre, lumbre, mi querido Curtis!

CURTIS:

¿Es que el amo y su esposa llegan, Grumio?

GRUMIO:

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