La fierecilla domada

Creo que he comenzado mi reinado como hábil político y espero llevar mi empresa a un buen fin. Por lo pronto, mi halcón está hambriento y con el estómago una patena. Hasta que no esté bien amaestrada será preciso que no se vea harta; de otro modo, no habría medio de que acudiese al señuelo. Y aún conozco otro medio de domar a mi ave de presa; de hacerla que aprenda a conocer mi voz y acuda a mi mano: que es impedirla que duerma; como se hace con los milanos que agitan las alas y no quieren obedecer. Nada ha comido hoy y nada comerá mañana aún. La noche última no durmió y ésta no dormirá tampoco. Del mismo modo que con la cena, ya encontraré una estratagema cualquiera, por ejemplo sobre el modo como han hecho la cama, y hallada, todo irá por los aires; aquí la almohada; allá, el almohadón; las mantas, por un lado; las sábanas, por otro. Y, naturalmente, en medio del escándalo no dejaré de jurar y de repetir que cuanto hago es por ella; en atención y solicitud hacia ella. En una palabra, velará toda la noche, pues en cuanto incline la cabeza me pondré a jurar y a maldecir como un condenado, y con voces no habrá medio de que pegue los ojos. ¡He aquí cómo agobia a una mujer a fuerza de la bondad! Si alguien conoce un medio mejor para domar a una fiera, que hable; haría una verdadera caridad indicándomelo.


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