HORTENSIO:
Sus progresos, ¡pardiez!, no pueden ser más rápidos. Conque, ¿qué decís ahora? Hacedme el favor de responder, pues hace un momento os atrevíais a jurar que vuestra señora, Blanca no amaba en el mundo a nadie tanto como a Lucentio.
TRANIO:
¡Oh engañador amor! ¡Oh inconstancia de las mujeres! Es como para no creerlo, Licio, te lo aseguro.
HORTENSIO:
Pues bien, cese la equivocación en lo que a mi afecta; yo no me llamo Licio, ni soy un músico, como aparento, sino un hombre harto de cubrirse con esta apariencia y de fingir por una mujer capaz de dejar plantado a un hidalgo para hacer su dios de semejante majadero. Sabed, caballero, que yo me llamo Hortensio.
TRANIO:
Señor Hortensio, con frecuencia he oído hablar de vuestro profundo afecto hacia Blanca; y puesto que mis ojos son testigos de su ligereza, quiero, al mismo tiempo que vos, si me lo permitís, abjurar para siempre de ella y de su amor.
HORTENSIO: