La fierecilla domada

¡Ya habéis visto cómo se besan y se acarician! Señor Lucentio, he aquí mi mano. Desde este momento me comprometo formalmente a no hacerle más la corte y a renegar de ella como de criatura indigna de los homenajes con que hasta ahora la he halagado tan locamente.

TRANIO:

Y yo, asimismo, hago juramento sincero de no desposarla jamás; incluso si me lo suplicase. ¡Se acabó para mí esta mujer! ¡Ved, ved aún los repugnantes cariños que le hace!

HORTENSIO:

¡Merecería que el mundo entero, menos él, renegase de ella!

En cuanto a mí, con objeto de estar aún más seguro de cumplir lo que prometo, voy a casarme antes de tres días con una viuda rica que no ha dejado de adorarme mientras yo amaba a esta desdeñosa y vanidosa faisana. Por consiguiente, adiós, señor Lucentio. En adelante no serán los lindos rostros de las mujeres, sino la bondad de su corazón, lo que conseguirá mi amor. Me despido de vos resuelto a cumplir lo que acabo de jurar.

(Salen. Tranio va en busca de los enamorados, que vuelven a su vez.)

TRANIO:

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