La fierecilla domada

Cuanto más sufro, más encolerizado está él. Además, ¿es que se ha casado conmigo para matarme de hambre? Los mendigos que llegan a la puerta de mi padre no tienen sino pedir y al momento reciben la limosna que imploran. Y si se les negase allí, en otra parte hallarían caridad. Pero yo, que jamás aprendí a implorar, que jamás tuve necesidad de implorar, privada me veo de alimento y la cabeza se me va por falta de sueño. Despierta me tiene a fuerza de juramentos y maldiciones, y sólo con escándalos me alimenta. Y lo que aún me desespera más que todas las privaciones, es ver que todo lo hace con el pretexto de un amor perfecto; es decir, cual si comiendo y durmiendo fuese a sobrevenirme una enfermedad mortal o una muerte súbita. Por lo tanto, te lo ruego una vez más; ve a buscarme algo de comer. No importa qué, con tal de que sea un alimento sano.

GRUMIO:

¿Qué os parecería un pie de ternera?

CATALINA:

¡Pero un pie de ternera es delicioso! ¡Tráemelo al punto!

GRUMIO:

Ahora me pregunto si no sería un manjar demasiado fuerte. ¿Qué os parecerían, si no, unos callos bien preparados?

CATALINA:

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