La fierecilla domada

Hela aquí, señor: el señor Bautista está en lugar seguro, hablando con un padre postizo y un hijo imaginario.

LUCENTIO:

Bien, ¿y qué?

BIONDELLO:

Vos debéis conducir su hija a la cena.

LUCENTIO:

¿Qué más?

BIONDELLO:

Que el viejo cura de iglesia de San Lucas está a vuestra disposición a todas horas.

LUCENTIO:

¿Consecuencia de todo ello?

BIONDELLO:

¡Qué sé yo! A no ser que mientras ellos están ocupados en hacer un contrato falso, bien podríais vos redactar uno verdadero con toda clase de derechos y privilegios, y tras ello ir a la iglesia. Un cura, un empleado de notaria y algunos testigos honrados, completarían lo que faltase. Si no es esta la ocasión que esperabais, no me queda sino callarme. Claro que no sin aconsejaros que digáis adiós a Blanca para siempre. (Hace ademán como para retirarse.)

LUCENTIO:

¡Espera! Escúchame, Biondello.

BIONDELLO:

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