La fierecilla domada

¡Feliz encuentro el nuestro, y aún más para vuestro hijo! La ley, en efecto, lo mismo que vuestra venerable ancianidad, autorizarme a llamaros mi padre bien amado. Sabed que la hermana de mi mujer, la noble dama aquí presente, acaba de casarse con vuestro hijo. Y que ello no os sorprenda ni os aflija, pues no solamente ella goza de la más excelente reputación, sino que su nacimiento es tan honroso como rica su dote. Por lo demás, dotada está, asimismo, de cuantas cualidades necesita la esposa de un verdadero hidalgo. Abrazadnos, pues, venerable Vincentio, y partamos juntos. Vayamos al encuentro de vuestro excelente hijo, al cual vuestra llegada colmará de gozo.

VINCENTIO:

Pero ¿es verdad cuanto oigo? ¿O es que, como viajeros llenos de buen humor, os entretenéis en bromear con cuantos encontráis en vuestro camino?

HORTENSIO:

Os aseguro, venerable anciano, que cuanto os dice es la pura verdad.

PETRUCHIO:

Ea, ea, venid con nosotros y veréis cuan cierto es lo que digo. Claro, que se comprende que nuestra primera chanza os haga desconfiado.

(Salen todos. Hortensio el último.)

HORTENSIO:

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