La fierecilla domada

Están muy ocupados dentro. Haréis bien llamando más fuerte. (Petruchio llama a grandes golpes. El Pedagogo aparece en la ventana.)

EL PEDAGOGO:

¿Quién llama de este modo cual si quisiera hundir la puerta?

VINCENTIO:

¿Está el caballero Lucentio en su casa, señor?

EL PEDAGOGO:

En su casa está, pero no se puede hablar con él en este momento.

VINCENTIO:

¿Incluso si alguien le trajese un centenar o dos de libros para que se distrajese con ellos?

EL PEDAGOGO:

Guardaos los cien libros para vos. Él, mientras yo tenga vida no tendrá necesidad de nada ni de nadie.

PETRUCHIO:

¡Cuando yo os decía que vuestro hijo era adorado en Padua! (Al Pedagogo.) Escuche, señor, para no perder tiempo sírvenos decir al caballero Lucentio que su padre acaba de llegar de Pisa, que está aquí en la puerta y que está impaciente por hablarle.

EL PEDAGOGO:

¡Mientes! Su padre ha llegado ya de Pisa, y él mismo es el que mira por esta ventana.

VINCENTIO:

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