La fierecilla domada

PETRUCHIO:

¡He aquí una mujer como es debido! Ven y abrázame, mi querida Lina.

LUCENTIO:

Sigue tu camino, amigo. La partida será siempre tuya.

VINCENTIO:

¡Grata cosa es oír hablar a hijos tan dóciles!

LUCENTIO:

¡Tanto como desagradable escuchar a mujeres insolentes!

PETRUCHIO:

Vámonos, Lina. Vamos a dormir. Henos a los tres casados; pero vosotros dos lleváis faldas. Tú has dado en el blanco, Lucentio; pero he sido yo el que ha ganado la apuesta. Vencedor, pues, me retiro. Que Dios os conceda a todos una buena noche. (Salen Petruchio y Catalina.)

HORTENSIO:

Sigue, sigue tu camino; has domado a una famosa fierecilla.

LUCENTIO:

A fe que ha sido un milagro. Pero que la ha domado, ¡y maravillosamente!, no hay duda. (Salen.)

FIN

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