La fierecilla domada

¡Basta, señores! Ambos me ofendéis querellándoos por algo cuya elección de mí sola depende. Yo no soy un escolar al que se puede amenazar con el látigo, ni quiero estar sometida al que se me impongan tales lecciones para tal hora del día, ni el tiempo que han de durar; sino que quiero arreglar yo misma estas cuestiones como me plazca. Por consiguiente cortemos esta querella sentándonos aquí, y vos, tomad vuestro instrumento y tocad mientras él me enseña. Su lección habrá terminado antes de que hayáis afinado vuestro laúd.












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