En Padua, en la casa de Bautista.
(En la cámara de BLANCA, que está sentada junto a HORTENSIO, disfrazado o transformado en Licio. LUCENTIO [Cambio], de pie y un poco separado. HORTENSIO coge la mano de BLANCA para enseñarle a poner los dedos en el laúd)
LUCENTIO: (Interviniendo.)
¡Eh, señor músico! Diríase que os tomáis demasiadas libertades. ¿Habéis olvidado acaso la encantadora acogida que os hizo su hermana Catalina?
HORTENSIO:
Es que ahora, señor pedante escandaloso, estoy con la dama protectora de la celestial armonía. Permitidme, pues, usar de mi prerrogativa, y cuando hayamos consagrado una hora a la música os tomaréis vos un tiempo igual para vuestras lecturas.
LUCENTIO:
¡He aquí un asno tan ignorante que ni sabe con qué fin fue creada la música! ¿Acaso no fue hecha para refrescar el espíritu del hombre tras sus estudios y trabajos habituales? Dejadme, pues, el placer de enseñarla algo de filosofía, y en las pausas que yo haga la emprenderéis con vuestra armonía.
HORTENSIO: (Levantándose.)
¿Es que creéis que voy a soportar vuestras bravatas, bellaco?
BLANCA: