Sueño de una noche de verano

PUCK.—Mi ama está enamorada de un monstruo. Cerca de su recóndito y consagrado retrete, mientras ella pasaba la lánguida hora del sueño, una partida de ganapanes, rudos artesanos que trabajan en las tienduchas de Atenas, se hallaba reunida para ensayar una representación destinada al día de las bodas del gran Teseo. El más insustancial de los imbéciles, que hacía el papel de Píramo, abandonó la escena y se metió en un matorral, y yo, aprovechando esta ocasión, coloqué sobre sus hombros una cabeza de asno. A la sazón, su Tisbe tenía que recibir su respuesta, aquí en mi sainete. Apenas lo vieron sus compañeros, cuando se dieron a huir en todas direcciones como una bandada de gansos silvestres que divisa al cazador agazapado, o como chovas de patas rojizas que se levantan y caen al estampido del fusil y vuelan desatentadas por el cielo. A nuestro impulso, cae el uno y el otro aquí y allá y grita que lo asesinan y clama por auxilio de Atenas. Así debilitados y extraviados sus sentidos por el temor, convertidos casi en cosas inertes, principiaron a sufrir el mal consiguiente. Desgarraban las espinas y zarzas sus vestidos; quién se hizo jirones una manga, quién pierde el sombrero; en todas partes se dejaban algo. Yo los guie en este frenético terror y deje allí al amoroso Píramo transfigurado, y en ese instante vino a acontecer que despertara Titania y quedara en el acto locamente enamorada de un borrico.

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