La riqueza de las naciones

Es verdad que en los infortunados países donde los hombres están siempre temerosos de la violencia de sus superiores, con frecuencia entierran y ocultan la mayor parte de su capitales, para tenerlos siempre a mano y poder llevarlos a algún lugar seguro en caso de verse amenazados por cualquiera de esos desastres a los que siempre están expuestos. Se dice que esta práctica es común en Turquía, Indostán y, según creo, en la mayoría de los demás estados de Asia. Parece que fue habitual entre nuestros antepasados durante la violencia del sistema feudal. Los tesoros descubiertos eran considerados entonces una parte no despreciable del ingreso de los principales soberanos de Europa. Eran tesoros hallados ocultos en la tierra, y sobre los que nadie podía demostrar derecho alguno. Eran vistos entonces como algo tan importante que se aceptaban siempre como pertenecientes al soberano, y nunca ni al descubridor ni al propietario de la tierra, salvo que éste tuviese un derecho sobre ellos concedido mediante cláusula contractual expresa. Se los situaba el mismo nivel que las minas de oro y plata que, salvo cláusula específica en el título de propiedad, se suponía que jamás se hallaban comprendidas dentro de la propiedad de la tierra, algo que sí ocurría con minas de menor importancia, como las de plomo, estaño, cobre y carbón.


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