La riqueza de las naciones

Nuestros empresarios laneros han tenido más éxito que nadie en persuadir a los legisladores de que la prosperidad de la nación dependía de la rentabilidad y extensión de su negocio particular. No sólo obtuvieron un monopolio contra los consumidores gracias a la prohibición absoluta de importar tejidos de lana de cualquier país extranjero, sino que además consiguieron otro monopolio contra los granjeros ovejeros y laneros gracias a una prohibición similar de exportar ovejas y lana. La severidad de muchas de las leyes que han sido promulgadas para asegurar los ingresos públicos ha sido justamente condenada porque impone duras penas sobre acciones que con anterioridad a los estatutos que las declaraban delitos habían sido desde siempre consideradas inocentes. Pues bien, me atrevo a afirmar que nuestras leyes tributarias más crueles son suaves y gentiles en comparación con las que el clamor de nuestros comerciantes y fabricantes ha arrancado a los legisladores en defensa de sus propios monopolios absurdos y opresivos. Igual que las leyes de Dracón, puede decirse que todas estas leyes están escritas con sangre.





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