Heidi

Preparativos de viaje.

El amable doctor que, con su autorizada voz, había decidido el regreso de Heidi a sus añoradas montañas, atravesaba la calle Ancha en dirección a la casa del señor Sesemann. Era una radiante mañana de septiembre, tan luminosa y tan dulce, que hubiérase dicho que todos los corazones debían de alegrarse. Y, sin embargo, el doctor caminaba, la mirada fija en el blanco pavimento, sin advertir el cielo azul que se extendía por encima de él. Su rostro manifestaba una expresión de tristeza que antes no tenía y, desde la primavera, su cabello había encanecido notablemente. El doctor había tenido una hija única que era toda su alegría y con la cual había vivido en estrecha comprensión de almas. Este tesoro de su vida y único consuelo que le quedaba de un tiempo venturoso, habíale sido arrebatado por la muerte en plena juventud. Desde tan nefasto momento, el doctor había perdido el buen humor y la alegría.

Al ruido del campanillazo, Sebastián se apresuró a abrirle la puerta de entrada dando grandes muestras de respeto y de deferencia; aparte de que el doctor era el amigo más íntimo de su amo, su amabilidad le había granjeado, como en todas partes, el cariño y la simpatía de todos los de la casa del señor Sesemann.

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