Heidi

—Doctor, tengo una idea. Me duele verte así; no eres ya el mismo de antes; es preciso que te distraigas un poco. ¿Sabes cómo? ¡Serás tú quien irá a Suiza y hará de nuestra parte una visita a la pequeña Heidi en la montaña!

La proposición cogió de sorpresa al doctor, pero a pesar de sus protestas, su amigo no lo dejó hablar, sino que, asiéndolo por un brazo, lo llevó a la habitación de su hija. La aparición del doctor constituía para la enferma un motivo de alegría, porque la había tratado siempre con mucho afecto y sabía contarle cada vez alguna cosa divertida y alegre. Ahora había cambiado, pero Clara comprendía el porqué de su tristeza y hubiera querido poder devolverle su antigua alegría.

En el momento que el doctor entró, acompañado de su amigo, la niña le tendió las manos y le obligó a sentarse a su lado. El señor Sesemann acercó una butaca y, tomando las manos de Clara entre las suyas, empezó a hablarle del viaje a Suiza, diciendo cuánto le hubiera gustado que se realizara. Pasó rápidamente por encima del punto principal, el de la imposibilidad de emprender el viaje en aquel momento, porque temía un poco las lágrimas de su hija. Apresuróse, por el contrario, a explicar detalladamente las ventajas de la nueva idea que se le había ocurrido, haciéndole ver a Clara la gran alegría que el viaje causaría a su buen amigo el doctor.

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