Las aventuras de Tom Sawyer

—¿Y está debajo de todos?

—¡Qué cosas dices! No.

—Pues entonces, ¿cómo saber a cuál te has de tirar?

—Pues a todos ellos.

—¡Pero eso lleva todo el verano!

—Bueno, ¿y qué más da? Suponte que te encuentras un caldero de cobre con cien dólares dentro, todos enmohecidos, o un arca podrida llena de diamantes. ¿Y entonces?

A Huck le relampaguearon los ojos.

—Eso es cosa rica, ¡de primera! Que me den los cien dólares y no necesito diamantes.

—Muy bien. Pero ten por cierto que yo no voy a tirar los diamantes. Los hay que valen hasta veinte dólares cada uno. Casi no hay ninguno, escasamente, que no valga cerca de un dólar.

—¡No! ¿Es de veras?

—Ya lo creo: cualquiera te lo puede decir. ¿Nunca has visto ninguno, Huck?

—No, que yo me acuerde.

—Los reyes los tienen a espuertas.

—No conozco a ningún rey, Tom.

—Me figuro que no. Pero si tú fueras a Europa verías manadas de ellos brincando por todas partes.

—¿De veras brincan?

—¿Brincar…? ¡Eres un mastuerzo! ¡No!

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