Las aventuras de Tom Sawyer

—No sé. Si fuera mío el dinero no lo escondería. Me lo gastaría para pasarlo en grande.

—Lo mismo haría yo; pero a los ladrones no les da por ahí: siempre lo esconden y allí lo dejan.

—¿Y no vuelven más a buscarlo?

—No; creen que van a volver, pero casi siempre se les olvidan las señales, o se mueren. De todos modos, allí se queda mucho tiempo, y se pone roñoso; y después alguno se encuentra un papel amarillento donde dice cómo se han de encontrar las señales…, un papel que hay que estar descifrando casi una semana porque casi todo son signos y jeroglíficos.

—¿Jero… qué?

—Jeroglíficos…: dibujos y cosas, ¿sabes?, que parece que no quieren decir nada.

—¿Tienes tú algún papel de esos, Tom?

—No.

—Pues entonces ¿cómo vas a encontrar las señales?

—No necesito señales. Siempre lo entierran debajo del piso de casas con duendes, o en una isla, o debajo de un árbol seco que tenga una rama que sobresalga. Bueno, pues ya hemos rebuscado un poco por la Isla de Jackson, y podemos hacer la prueba otra vez; y ahí tenemos aquella casa vieja encantada junto al arroyo de la destilería, y la mar de árboles con ramas secas…, ¡carretadas de ellos!

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