Los obreros embarcaron a bordo del Santa Fe, y no quedaron en tierra más que los tres torreros, uno de ellos de servicio en la cámara de cuarto.
Los otros dos paseaban, charlando, a la orilla del mar.
—Y bien, Vázquez —dijo el más Joven de los dos—, ¿Es mañana cuando zarpa el “aviso”?
—Si, Felipe, mañana mismo, y espero que no tendrá mala travesĂa para llegar al puerto, a menos que no cambie el viento. DespuĂ©s de todo, quinientas millas no es ninguna cosa extraordinaria, cuando el barco tiene buena máquina y sabe llevar la lona.
—Y, además, que el comandante Lafayate conoce bie n la ruta.
—Que es toda derecha. Proa al sur para venir, proa al norte para volver; y si la brisa continĂşa soplando de tierra, podrá mantenerse al abrigo de la costa y navegará como por un rĂo.
—Pero un rĂo que no tendrá más que una orilla —repuso Felipe—. Y si el viento salta a otro cuadrante. ..
—Eso serĂa mala suerte, y espero que no ha de tenerla el Santa Fe. En quince dĂas puede haber ganado sus quinientas millas y fondear en la rada de Buenos Aires.
—SĂ, yo creo que el buen tiempo va a durar.
—Asà lo espero. Estamos en los comienzos de la primavera, y tres meses por delante son más que algo.