El faro del fin del mundo

Un retraso cualquiera podría constituir un fracaso completo.

Era evidente que la marea empezaba ya a bajar lentamente y que las rocas iban bien pronto a quedar en seco.

Viendo la partida fallida, los hombres lanzaban juramentos formidables, y casi sin aliento, se disponían a renunciar a una empresa que no podía tener éxito. Kongre corrió hacia ellos, los ojos centellantes, los labios cubiertos de rabiosa espuma. Agarrando una hacha, les amenazó con abrir la cabeza al primero que desertase de su puesto: y ya sabían todos que cumpliría la amenaza.

Los bandidos se aferraron a las manivelas en un esfuerzo desesperado. La barra del timón se movió, indicando que se desprendía de la arena.

—¡Hurra! ¡Hurra! — gritaron todos, sintiendo que la Maule estaba a flote. El viraje del cabestrante se aceleró, y pocos instantes después la goleta flotaba fuera del banco. Media hora más tarde, después de haber sorteado las rocas a lo largo de la playa, la goleta fondeaba en la caleta de los Pingouins, a dos millas del cabo San Bartolomé.

VI

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