El príncipe abrazó al sabio anciano y partió en busca del talismán... Visitó todas las capitales de la tierra... Se puso camisas de reyes, emperadores, príncipes y millonarios; de artistas, guerreros y comerciantes. Nada consiguió. Anduvo mucho sin encontrar la felicidad. Cuando ya se volvía a su país, vio a un pobre labrador que alegre y cantando iba detrás de su arado, se dirigió a él y le preguntó si era feliz.
-Sí -le respondió el labrador.
-¿No deseas nada?
-Nada.
-¿No cambiarías tu suerte por la de un rey?
-Jamás.