-Pero, entretanto, mi querido amigo -dijo Glenarvan-, déjeme preferir a esta casa aérea la arena de un parque, el piso de una casa o la cubierta de un buque.
-Deben aceptar las cosas como vienen; si son buenas, mejor; si son malas, paciencia. Seguro que Roberto es perfectamente feliz.
- ¡Sí, señor Paganel!
-Gracias a su edad -respondió Glenarvan.
-Y a la mía -replicó Paganel-. Cuanto menos es el número de comodidades, menores son también las necesidades y mayor la felicidad.
-¿Ahora va a pronunciar un discurso sobre la felicidad y la riqueza? -dijo el mayor.
-No -respondió el sabio-, pero si me lo permiten, les contaré una historia árabe que ahora recuerdo.
- ¡Sí, sí!, señor Paganel -aceptó Roberto.
-En fin, cuéntela, ya que lo sabe hacer con tanta gracia, Scherezada -respondió Mac Nabbs.
-Había -empezó Paganel-un hijo del gran Harúnel-Raschid que no era feliz. Consultó entonces a un viejo derviche que le dijo. que la felicidad era muy difícil de encontrar en este mundo, sin embargo, le aconsejó que se pusiera la camisa de un hombre feliz.