París en el siglo XX

-¡No! El que merece aquí una lección soy yo mismo.

-¡Tú! ¿Por qué?

-Por haberte acercado a ideas locas. Te he hecho divisar la Tierra prometida, hijo querido, y...

-¡Y me dejarás entrar!

-¡Sí! Siempre que me prometas algo.

-Prometido.

-Que sólo te pasearás por ella. No quiero que trabajes ese suelo ingrato. Recuerda quién eres, dónde quieres llegar; y también quién soy yo y el tiempo que hemos vivido los dos.

Michel no respondió; estrechó las manos de su tío; y éste, con seguridad, se disponía a acumular la serie de sus grandes argumentos, cuando tocaron a la puerta. M. Huguenin fue a abrir.

 

 

CAPÍTULO XI

Paseo al puerto de Grenelle

 

Era M. Richelot. Michel abrazó a su viejo profesor y faltó poco para que cayera en los brazos de mademoiselle Lucy, que saludaba al tío Huguenin; éste, afortunadamente, se hallaba en su puesto de recepcionista y evitó este encantador tropiezo.

-¡Michel! -exclamó M. Richelot. -El mismo -dijo M. Huguenin.

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