-¡No! El que merece aquí una lección soy yo mismo.
-¡Tú! ¿Por qué?
-Por haberte acercado a ideas locas. Te he hecho divisar la Tierra prometida, hijo querido, y...
-¡Y me dejarás entrar!
-¡Sí! Siempre que me prometas algo.
-Prometido.
-Que sólo te pasearás por ella. No quiero que trabajes ese suelo ingrato. Recuerda quién eres, dónde quieres llegar; y también quién soy yo y el tiempo que hemos vivido los dos.
Michel no respondió; estrechó las manos de su tío; y éste, con seguridad, se disponía a acumular la serie de sus grandes argumentos, cuando tocaron a la puerta. M. Huguenin fue a abrir.
Paseo al puerto de Grenelle
Era M. Richelot. Michel abrazó a su viejo profesor y faltó poco para que cayera en los brazos de mademoiselle Lucy, que saludaba al tío Huguenin; éste, afortunadamente, se hallaba en su puesto de recepcionista y evitó este encantador tropiezo.
-¡Michel! -exclamó M. Richelot. -El mismo -dijo M. Huguenin.