-¡Oh! Monsieur Huguenin -dijo el pianista-. No se preocupe por mí. Michel sabe que tengo un gran proyecto.
-Sí -agregó el joven-. Y va a asombrar a su siglo.
-Asombrar a su siglo.
Ese es el noble propósito de mi vida. Creo que lo tengo bien encaminado, y por lo demás cuento con ensayar en el extranjero. Allí, usted sabe, se crean las grandes famas...
-Te vas a marchar -dijo Michel.
-Dentro de algunos meses -respondió Quinsonnas-, pero volveré pronto.
-Que tenga suerte -le dijo el tío Huguenin, tendiendo la mano a Quinsonnas, que se puso de pie-. Y gracias por la amistad con Michel.
-Si me acompaña -comentó el pianista-, le haré de inmediato la carta de recomendación.
-Con mucho gusto -dijo el joven-. Adiós, tío.
-Adiós, hijo mío.
-Hasta pronto, monsieur Huguenin -dijo el pianista.
-Hasta pronto, monsieur Quinsonnas -contestó el buen hombre-, y que la fortuna le sonría.
-¡Sonría! -exclamó Quinsonnas-. Mejor todavía, monsieur Huguenin, yo quiero que la fortuna se ría a carcajadas.
El Gran Depósito Dramático